domingo, 17 de julio de 2011

Por: NADIA NAILETH BAEZ ROJAS

LOS ESTEREOTIPOS EN LA IDENTIDAD DE GÉNEROS
 “…ser hombre ha significado la negación de cualidades típicamente femeninas, como la ternura, la paciencia y la delicadeza; mientras ser mujer supone renunciar a la racionalidad, la competencia y la agresividad…”
La  vida de los hombres, está inmersa  en un mundo de generalizaciones  que dirigen sus pensamientos y acciones cotidianas, así mismo los juicios sobre la interacción humana que a pesar de ser refutados por la razón se convierten en pautas de comportamiento que buscan  universalidad Las imágenes con las que se pretende fijar comportamientos que rijan la colectividad se llaman estereotipos, los cuales determinan los modos de ser de los pueblos, las clases, las edades y los géneros.
Si bien los estereotipos proporcionan identificación, también pueden ser  vehículos que limitan la comunicación entre los géneros, debido  a que los estereotipos dan lugar a la configuración de etiquetas que distorsionan el quehacer humano, al convertirlo  en un preconcepto que se apoya en la comparación y la exclusión. Dichos conceptos se introducen en la vida cotidiana y, con más fuerza, en el pensamiento y en la acción de los individuos desempeñando un fuerte papel en los procesos de socialización , en el lenguaje y la comunicación, afectando por ello los complejos de formación de identidad.
Esto es lo que sucede con las concepciones culturales acerca de la la masculinidad y la feminidad, son estereotipos, pues asignan a cada ser, incluso desde antes del nacimiento, las actividades, comportamientos  y funciones que rigen su identidad de hombre y mujer. Existen así obligaciones concedidas a cada género, ser hombre ha significado la negación de cualidades típicamente femeninas, como la ternura, la paciencia y la delicadeza; mientras ser mujer supone renunciar a la racionalidad, la competencia y la agresividad.
Pero ¿ a qué se debe esta diferenciación? La respuesta es sencilla, la cultura ha interiorizado la maternidad como el componente dominante de la identidad femenina, el lenguaje cotidiano relaciona casi de manera inmediata las palabras mujer y madre y es precisamente la magnificación de la función materna lo que le permite las prácticas sociales que confinan a la mujer al hogar y al espacio domestico, alejándola de la educación y viendo el matrimonio, no como una familia en la que se comparten  responsabilidades ,sino como una cárcel que no la deja ser ella misma: es decir, está `prácticamente condenada a vivir por su familia, olvidándose de su propia realización, no como madre, ni como esposa, sino como ser humano.
A pesar de las condiciones de desigualdad de las que ha sido víctima, en la actualidad la mujer se ha vinculado a instituciones educativas y a los espacios laborales por lo que las condiciones estereotipadas han sido sometidas a una dinámica de cambio que ha permitido una toma de conciencia de las situaciones de sometimiento , que analizaremos en próximas artículos. La mujer comienza el siglo siendo consciente de que no puede callar más su situación y es por eso que a principios del siglo XX empiezan a aparecer un buen número de mujeres que escriben poemas y novelas, manifestando en sus obras la necesidad de expresarse con sus propias  palabras y por eso es que propugnamos desde estos espacios de opinión.

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